“¿No es éste el carpintero, hijo de María, hermano de Jacobo, de José, de Judas y de Simón? ¿No están también aquí con nosotros sus hermanas?” (Marcos 6:3)
Imagine una aldea polvorienta y tranquila. Nazaret.
Un pueblo nada impresionante en una nación poco impresionante.
Haga caso omiso de las casas más bonitas de la aldea. José y María celebraron el nacimiento de Jesús ofreciendo dos tórtolas en el templo, la ofrenda de los pobres (Le 2:22-24).
Vaya a la parte más pobre del pueblo. No asolada por la pobreza ni la indigencia, pero sí humilde.
Busque además una madre soltera. La ausencia de José en la vida adulta de Jesús sugiere que María quizás crió sola a Jesús y sus hermanos.
Necesitamos un hogar modesto con una madre y un peón ordinario. Los vecinos de Jesús lo recordaban como un obrero. « ¿No es acaso el carpintero?» (Mr.6:3).
Jesús tenía manos callosas, camisas manchadas por el sudor y —esto podría sorprenderle a usted— aspecto común. «No había en él belleza ni majestad alguna; su aspecto no era atractivo y nada en su apariencia lo hacía deseable» (Is 53:2).
Criado en una nación olvidada, entre gente oprimida de una recóndita aldea. ¿Podría usted reconocerlo? ¿Ve la casa de adobe con el techo de paja? Sí, la que tiene gallinas en el patio y el adolescente desgarbado que repara sillas en el cobertizo.
«Por eso era preciso que en todo se asemejara a sus hermanos, para ser un sumo sacerdote fiel y misericordioso al servició de Dios, a fin de expiar los pecados del pueblo. Por haber sufrido él mismo la tentación, puede socorrer a los que son tentados» (Hb.2:17-18).
¿Por qué el más selecto Hijo del cielo soportaría el más severo dolor terrenal? Para que usted supiera que Él sabe cómo se siente usted.
Extracto del libro “3:16 - Los Números de la Esperanza”
Por Max Lucado
0 comentarios:
Publicar un comentario