13 mayo 2011

Dosis diaria - Su vida es vida...


El corazón de Jesús fue puro.

Miles adoraban al Salvador, sin embargo estaba contento con una vida sencilla.

Había muje­res que lo atendían (Lc.8:1-3), sin embargo jamás se le acu­só de pensamientos lujuriosos; su propia creación lo despreció, pero voluntariamente los perdonó incluso antes de que pidie­ran misericordia.

Pedro, quien acompañó a Jesús por tres años y medio, le describe como «un cordero sin mancha y sin defec­to» (1º P.1:19). Después de pasar el mismo tiempo con Jesús, Juan concluyó: «Y él no tiene pecado» (1º Jn.3:5).
El corazón de Jesús fue pacífico.

Los discípulos se preocu­paron por la necesidad de alimentar a miles, pero Jesús no. Agradeció a
Dios por el problema.

Los discípulos gritaron por miedo a la tempestad, pero Jesús no. Él dormía. Jesús levantó su mano para sanar. Su corazón tenía paz. Cuando sus discí­pulos lo abandonaron, ¿se enfadó y se fue a su casa? Cuando Pedro lo negó, ¿perdió Jesús los estribos? Cuando los soldados le escupieron en la cara, ¿les vomitó fuego encima? Ni pensar­lo. Tenía paz. Los perdonó. Rehusó dejarse llevar por la ven­ganza.

También rehusó dejarse llevar por nada que no fuera su alto llamamiento. Su corazón estaba lleno de propósitos. La mayoría de las vidas no se proyectan hacia algo en particular, y nada logran. Jesús se proyectó hacia una sola meta: salvar a la humanidad de sus pecados. Pudo resumir su vida con una fra­se: «Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido» (Lc.19:10).

El mismo que salvó su alma anhela rehacer su corazón. Dios está dispuesto a cambiarnos a semejanza del Salvador. ¿Acep­taremos su oferta?

Extracto del libro “3:16”
Por Max Lucado


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