Pasaje clave: Génesis 17: 5,15-16.
Abraham y Sara.
Abraham y Sara no siempre fueron conocidos por esos nombres; hubo un tiempo cuando se llamaron Abram y Sarai. No tenían hijos, y eran ya entrados en años, pero Dios les prometió un hijo propio, que saldría de sus cuerpos. ¡Esto exigía un milagro!
Al parecer Dios les cambió sus nombres porque Abram y Sarai necesitaban renovar la imagen de sí mismos antes de que pudiera ocurrir el milagro. Sus nuevos nombres tenían un significado especial. Cada vez que eran mencionados se profetizaba su futuro: Abraham sería el padre de una multitud, y Sara la madre de muchas naciones.
Yo dudo que la estéril Sarai tuviera de sí misma la imagen de una princesa. Ella necesitaba verse a sí misma de manera diferente, y tener un nombre nuevo era parte importante de esa nueva autoimagen.
Ahora se hablaba correctamente de Abram y Sarai. Se estaban vertiendo a la atmósfera palabras que alcanzaban y tenían efecto en el reino del Espíritu, donde se hallaba su milagro. Esas palabras comenzaron a hacer realidad el milagro prometido por Dios. Ahora las palabras en la tierra coincidían con la Palabra que Dios había hablado en Génesis 15.
Abraham le Creyó a Dios.
“Y él (Abram) creyó (confió, dependió y permaneció firme) en el Señor, y se le contó por justicia (recta relación con Dios)” (Génesis 15:1-6)
Vemos aquí que cuando Dios le dijo a Abram que tendría un hijo, que saldría de sí mismo, mediante el cual se convertiría en padre de muchas naciones, él le creyó a Dios.
En Romanos 4:18-21 leemos: “Cuando (humanamente para Abraham) se había acabado toda esperanza, tuvo fe que se convertiría en padre de muchas naciones, como se le había prometido; así (de numerosa) será tu descendencia. Su fe no se debilitó cuando consideró la impotencia de su cuerpo, como muerto, pues ya casi tenía 100 años, o (cuando consideró) la esterilidad de la matriz de Sara. Ni la incredulidad o la desconfianza lo hicieron dudar o vacilar (con interrogantes de duda) acerca de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe a medida que le daba gloria a Dios plenamente satisfecho y seguro de que Dios era poderoso y capaz de cumplir Su palabra, y de hacer lo que había prometido”.
Como ocurrió con Abraham, jamás recibiremos un milagro a menos que creamos que Dios puede hacer lo imposible, y que Él lo hará por nosotros.
En el caso de Abraham el milagro no ocurrió inmediatamente. Pasaron muchos años entre el momento cuando Dios le dijo que sería padre de muchas naciones y el nacimiento de su hijo Isaac.
Pienso que es importante resaltar cómo Abraham y Sara no sólo le creyeron a Dios, sino que sus palabras liberaron la fe.
La Biblia dice en Romanos 4:17 que nosotros le servimos a un Dios que habla de cosas no existentes (que Él ha predicho y prometido) como si (ya) existieran. Es la referencia dada en el pasaje ya citado, Génesis 17:5, el cual narra cómo Dios cambió los nombres de Abram y Sarai.
Estar de acuerdo con la Palabra de Dios, Su Palabra escrita o una palabra específica, y expresarlo verbalmente, nos ayuda a fortalecer nuestra fe hasta que la manifestación de esa palabra se hace visible.
En Amós 3:3, leemos: “¿Andarán dos juntos si no estuvieren de acuerdo?”. No podemos caminar con Dios en relación con Su plan para nuestras vidas, a menos que nos dispongamos a estar de acuerdo con Él, en nuestro corazón, y con nuestras palabras.
La elección es nuestra. “Al cielo y a la tierra llamo hoy como testigos contra ustedes, que he puesto delante de ustedes la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Escojan, pues, la vida para que vivan ustedes y sus descendientes” (Deuteronomio 30:19).
Yo creo que Dios está buscando hombres y mujeres en quienes pueda plantar las “semillas de Sus sueños”. Pero los sueños de Dios para nuestra vida y las de otros se realizan cuando estamos dispuestos a “concebir”. A coincidir mentalmente con Dios, en otras palabras, a creer lo que Él nos dice.
Creer es el primer paso importante, porque lo que hay en nuestro corazón lo que expresa nuestra boca: Porque de la plenitud (de la superabundancia que rebosa) del corazón, habla la boca (Mateo 12:34).
Nuestra boca expresa lo que hay en nuestras almas. Tal como la hemos definido, la mente es parte del alma. Atraemos hacia nosotros las cosas con las cuales hemos llenado nuestra alma. Si mantenemos nuestra alma y nuestra boca llenas de duda, incredulidad, temor y expresiones negativas, éstas se manifestarán en nuestra vida. De otro lado, si constantemente llenamos nuestra alma y nuestra boca de Dios, Su Palabra y Su plan, eso es lo que tendremos.
¡La elección es nuestra!
Extracto del libro “¡Esta Boca Mía!”
Por Joyce Meyer
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