04 mayo 2011

Reflexión: Un roto y frío aleluya...

Siempre me ha llamado la atención la historia del Rey David. El niño que cuidaba ovejas y escuchaba la voz de Dios. El joven que lucho contra los gigantes que atemorizaban su pueblo. El hombre que enfrento a sus demonios internos, y sucumbió ante cada uno de ellos. Siempre me he preguntado ¿que vio Dios en él? Tropezaba tan a menudo como conquistaba, caía tan pronto como se levantaba. Era capaz de despachar a sus enemigos con la mirada, pero al mismo tiempo comerse con los ojos a la mujer de su vecino.

El rey furioso y llorón. Valiente y cobarde. Sanguinario y bondadoso. Guerrero y poeta. Ocho esposas, un solo Dios. ¿Porque tan identificado con su historia? Quizás porque a través de nuestra vida manejamos la misma montaña rusa. En sus momentos buenos, nadie es mejor, pero en los malos, somos capaces de tocar el fondo de nuestro pozo interno. David. El hombre al que Dios amo y quebranto la mayoría de los pecados capitales en una semana, mientras su corazón desfallecía con cada uno de ellos.

El hombre que a pesar de sus errores siempre fue sincero. Sus textos entorno al sentimiento que embargaba su alma tras sentir la partida de Dios de su lado, simplemente quebrantan el corazón: "Salvame, oh Dios, porque las aguas han entrado hasta el alma. Estoy hundido en cieno profundo, donde no hay pie. He venido á abismos de aguas, y la corriente me ha anegado. ¿Hasta cuándo, Jehová? ¿Me olvidarás para siempre? ¿Hasta cuándo esconderás tu rostro de mí?" (Salmos 69:1 /13:1)

"He oído que existe un acorde secreto que David solía tocar, y que agradaba al Señor. Pero tú realmente no le das mucha importancia a la música, ¿verdad? Era algo así como la cuarta, la quinta cae la menor y sube la mayor. El rey, confundido, componiendo un aleluya..."


"Tu fe era fuerte, pero necesitabas una prueba. La viste bañarse en el tejado. Su belleza, y el brillo de la luna, te superaron. Te ató a la silla de su cocina. Rompió tu trono, y cortó tu pelo. Y de tus labios arrancó un aleluya"

David era un tipo con altibajos. Enamorado de la vida. Podía conducir ejércitos, pero no así manejar su familia. Se pasaba la existencia alternando a saltos de ángel y golpes de frente, entre banquetes impresionantes y tortillas quemadas. El ejemplo vivo del éxito y el fracaso. La aceptación y rechazo. El amor y venganza.

¿Que vio Dios en él? Su historia tiene tan poco que ofrecer al santo inmaculado (a aquel que nunca ha sentido el peso del pecado) pero al mismo tiempo es tan esperanzadora y motivadora para los que luchamos cada día. Para los que tropezamos y nos levantamos. Para los que a pesar de las difícultades dejamos escapar un roto y frío aleluya.

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