23 mayo 2011

Dosis diaria - Con los Brazos Abiertos


Un descubrimiento de gran alcance ha sido hecho en estos años por los educadores, criminólogos y sociólogos. Ahora dicen que la capacidad de una persona para adaptarse a la vida depende de su sentido de aceptación.

Esto significa que un niño que se siente aceptado entre la gente como normal y digno, crecerá y se hará un ciudadano útil y respetado. En cambio el que se siente rechazado posiblemente llegue a ser criminal, suicida o, por lo menos, su influencia será negativa sobre sus semejantes. Los expertos han recogido una abundancia de ejemplos de la vida real para sostener sus conclusiones.

Pero esta idea en realidad no es nueva, sino es tan vieja como la raza humana. Forma parte de las enseñanzas del libro más viejo de mundo, la Biblia; también es central en el Evangelio de Jesucristo. Dicen las Sagradas Escrituras que la persona que se cree rechazada en cualquier grado terminará traumada, mientras al despertarse en ella un sentido de aceptación, puede transformar su carácter. Y el mensaje bíblico, mucho más que los textos modernos, hace hincapié en este hecho.

En pocas palabras, este es el mensaje que Dios quiere comunicarle al ser humano. El cristianismo, como se conoce hoy, incluye muchas leyes y costumbres agregadas por los hombres, pero la Palabra de Dios pura nos dice cómo lograr la vida abundante, cómo recuperar el equilibrio de la personalidad y concretar así el plan perfecto del Creador.

En realidad, Dios nunca menosprecia ni rechaza a nadie, por más humilde que sea su estado social, o por más vergonzosa que sea su crónica de conducta. La aceptación de Dios no significa aprobación; no depende de lo que uno ha hecho, ni cuánto tiene, ni su clasificación moral, sino de su valor como persona creada por Él.
La solución, cuando uno se siente rechazado, no radica simplemente en esforzarse para ganar aceptación, ni en tratar de parecer importante, ni en disciplinarse para poder respetarse y ser respetado. En lugar de eso, deben abrirse los ojos para ver la aceptación que ya tiene y siempre ha tenido delante de Dios. Si esto suena muy místico, digámoslo en otras palabras. Dios nos hizo a cada uno para un propósito y tenemos más valor de lo que podemos comprender.

Usted no puede ser completo como persona hasta que haga frente a esta realidad y la ponga como base para su vida. Cuando usted reposa en el hecho de que Dios le ama y le acepta completamente, podrá aceptarse a sí mismo, y aceptar a los demás en su justo valor.

Jesús mismo lo afirmó es esta forma: “A los que vienen a mí, no los echaré fuera”. San Pablo, hablando del mismo tema, declaró que ante Dios nadie está aceptado por su prestigio ni su religiosidad, sino que están “aceptados por medio del Amado (Cristo)”. ¿Y usted? ¿Cómo se siente en relación a esta verdad?

Por Rubén Kassabián

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