19 mayo 2011

Dosis diaria - ¿Hiciste eso por mi?…

¿Te has preguntado por qué Dios da tanto? Podríamos existir con mucho menos. Pudo habernos dejado en un mundo plano y gris; no habríamos sabido establecer la diferencia. Pero no lo hizo así:

Él hizo explotar naranjas en el amanecer

y limpió el cielo para que luciera azul.

Y si te gusta ver cómo se juntan los gansos,

Hay muchas posibilidades que eso lo puedas ver también.

¿Tuvo Él que hacer esponjosa la cola de la ardilla?

¿Se vio obligado a hacer que los pajarillos cantaran?

¿Y la forma divertida en que las gallinas corren

o la majestad del trueno que retumba?

¿Por qué dar a las flores aroma?

¿Por qué dar sabor a las comidas?

¿Podría ser que Él quiere ver

todo eso reflejado en tu faz?

Si nosotros hacemos regalos para demostrar nuestro amor, ¿cuánto más no querría hacer Él? Si a nosotros, salpicados de flaquezas y orgullo, nos agrada dar regalos, ¿cuánto más Dios, puro y perfecto, disfrutará dándonos regalos a nosotros?

Jesús preguntó: «Si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le piden?» (Mateo 7:11).

Los regalos de Dios derraman luz en el corazón de Dios, el corazón bueno y generoso de Dios. Santiago, el hermano de Jesús, nos dice: «Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces» (Santiago 1:17).

Cada regalo revela el amor de Dios… pero ningún regalo revela su amor más que los regalos de la cruz. Estos venían, no envueltos en papel, sino en pasión. No estaban alrededor del arbolito, sino en una cruz. Sin cintas de colores, sino salpicados con sangre.

Los regalos de la cruz.

Mucho se ha dicho sobre el regalo de la cruz mismo, ¿pero, y los demás regalos? ¿Los clavos? ¿La corona de espinas? ¿El manto que se apropiaron los soldados? ¿Las ropas fúnebres? ¿Te has dado el tiempo de abrir estos regalos?

Tú sabes que no tenía ninguna obligación de dárnoslos. El único acto, lo único que se requería para nuestra salvación era el derramamiento de sangre, pero Él hizo mucho más que eso. Muchísimo más. Examina la escena de la cruz. ¿Qué encuentras?

Una esponja empapada en vinagre.

Un letrero.

Dos cruces a ambos lados de Cristo.

Los regalos divinos intentan activar ese momento, ese segundo cuando sus rostros se iluminan, sus ojos se abren, y Dios te va a oír susurrando: «¿Tú hiciste esto por mí?»

La diadema de dolor

Que conmovió tu dulce faz,

Tres clavos horadando carne y madera

Para mantenerte en ese lugar.

Yo entiendo la necesidad de la sangre.

Me abrazo a tu sacrificio.

¿Pero la esponja amarga, la lanza cortante,

La escupida en tu rostro?

¿Tenía que ocurrir eso en la cruz?

No hubo una muerte apacible

sino seis horas colgando entre la vida y la muerte,

todo estimulado por un beso de traición.

«Oh Padre», tú insistes,

corazón silencioso a lo que habría de ocurrir,

Siento preguntar, pero necesito saber:

«¿Tú hiciste esto por mí?»


¿Estaríamos dispuestos a hacer esta oración? ¿A tener tales pensamientos? ¿Será posible que el cerro de la cruz esté lleno de regalos de Dios? ¿Los examinamos? Desempacamos estos regalos de gracia quizás por primera vez. Y mientras los tocas y sientes la madera de la cruz y sigues las marcas dejadas por la corona y palpas las puntas de los clavos, te detienes y escuchas. Quizás lo oigas susurrándote:

«Sí. Yo hice esto por ti».

Extracto del libro “Él Escogió los Clavos”

Por Max Lucado

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